Peñones, balones y cortinas de humo

Hoy vamos a empezar recomendando una película que nos puede resultar muy aclaratoria a la hora de comprender ciertos fenómenos políticos actuales. La película se llama «Wag the dog» (en España «La cortina de humo»), y en ella se nos relata cómo un grupo de «expertos» de diferentes campos logran realizar una campaña mediática en torno a un conflicto político internacional inexistente, con la simple intención de desviar la atención de un caso de acoso sexual que afecta al presidente de EEUU. Es decir, que es la historia de cómo un gobierno construye una cortina de humo que sirva para hacer olvidar un escándalo sobre la figura del presidente.

Dijo algún tipo sabio que vivimos en los tiempos de la política-espectáculo, donde el debate sobre cuestiones políticas está determinado por la agenda que marcan los grandes medios de comunicación, capaces de canalizar la opinión pública en torno a una línea única de debate a la que ellos llaman «la actualidad».  Esta actualidad es a la que dicen deberse los medios, y sin embargo, son ellos mismos quienes la generan, articulan y controlan. El debate social dentro de la política-espectáculo está condenado a no llegar a ninguna parte, simplemente por el formato que suele adquirir el mismo. Velocidad, constante cambio de tema, centralidad de las cuestiones sentimentales o viscerales (por no decir morbosas) que junto con otras características, son las que hacen que no se pueda desarrollar nunca un debate profundo sobre nada, quedándose todo en lo superficial sin tiempo de poder llegar más allá. Lo que más importa no es que la cuestión sea muy relevante, sino que sea «muy actual».

El gobierno de Rajoy, y anteriormente el de Zapatero, comprendieron perfectamente el funcionamiento de esta política-espectáculo; y también supieron trazar estrategias de acción tratando de aprovechar las características de esta forma de política. Lo estamos viendo ahora con el caso Bárcenas y con el «conflicto» en Gibraltar. El gobierno se encontraba en una situación (mediática) insostenible ante la aparición de nuevas evidencias que demuestran que la corrupción no es algo coyuntural, sino estructural entre las filas del PP. Programas de toda índole estaban siendo monopolizados por el tema, y esto estaba provocando que la popularidad del gobierno empezara a caer en picado.

Pero ante esta situación el gobierno lo tenía muy claro. Cuando estas en una crisis de la que no puedes defenderte bien, lo mejor es generar otra que te sea más favorable. Su estrategia comunicativa no tenía que centrarse en desmentir las pruebas de corrupción y atacar al PSOE con el clásico «y tu más» tal y como habían estado haciendo; la mejor estrategia era simplemente crear otra situación que llevara el objetivo de las cámaras hacia otro lado.

La repentina aparición de Ángel Carromero (miembro de las juventudes del PP y aficionado a la bebida y la conducción temeraria), en la que acusaba al estado cubano de asesinar a los disidentes que él mismo mató al provocar un accidente de tráfico, pudo ser un primer intento fallido para generar esa cortina de humo. Parece ser que las declaraciones del joven derechoso sobre el miedo que tenía a salir a la calle por el acecho constante de los servicios secretos de «los Castro» no consiguieron movilizar una indignación nacional contra el malvado régimen socialista; o al menos no con la suficiente relevancia como para hacer olvidar el caso Bárcenas.

Sin embargo, cuando el gobierno parecía encontrarse contra las cuerdas, la suerte se puso de su lado. La aparición de unas imágenes en las que se veía a barcos británicos lanzando bloques de hormigón al mar para impedir la pesca a los barcos españoles (un conflicto que no es precisamente nuevo), ayudó a Rajoy y su cuadrilla a montar el teatro. Puede que los planes de la armada británica para realizar maniobras militares en la zona fueran el factor decisivo por el que Gibraltar se convirtió en el principal escenario de la cortina de humo. El gobierno sólo tenía que realizar algún acto simbólico de presión diplomática (los famosos controles en la frontera), para que después pareciera que esas maniobras militares planificadas desde hace meses eran una respuesta amenazante por parte de los británicos.

La ilusión de una amenaza militar unida al complejo de inferioridad que sienten muchos españoles frente a los europeos (y puede que especialmente frente a los ingleses), eran los ingredientes necesarios para montar esta farsa que distrajera la atención de los medios, y por tanto, de la «opinión pública». Aun así, no deja de ser paradójico que se llame ahora a defender la soberanía nacional cuando la acción de nuestro gobierno esta intervenida por agentes extranjeros (la troika), y que además se justifiquen los controles en la frontera en una supuesta lucha contra el fraude fiscal; como si el problema del fraude en Gibraltar lo causaran unas cuantas cajetillas de tabaco pasadas de contrabando, y no su condición de paraíso fiscal en el que hay inscritas más empresas que habitantes del peñón.

Por otro lado, resulta necesario recordar que este tipo de estrategias no son nuevas en absoluto. Los gobiernos anteriores también han sabido usar cortinas de humo para ocultar las malas noticias. El ex-presidente Zapatero y su gobierno «socialista» supieron esperar a que la selección española de fútbol jugara su primer partido en el mundial de 2010, para dar la noticia de que se aprobaba una reforma laboral que suponía un grave recorte de derechos. No era casualidad que se anunciara justo el día en que las portadas de los periódicos estaban reservadas a ensalzar las figuras de nuestros futbolistas, el día en que los gritos de «¡no a la reforma!» eran tapados por los de «yo soy español, español, español…».

La cultura de la velocidad, característica de la política-espectáculo y en general del actual estilo de vida que nos han impuesto, genera también una cultura del olvido. La obsesión por la llamada «actualidad» (que como hemos dicho, no es más que el relato sesgado que imponen los medios sobre la realidad) hace que «lo pasado» aunque sea reciente, apenas tenga importancia en lo cotidiano. No importa hasta qué punto nos sintamos escandalizados con cualquier suceso o fenómeno, dado que se nos olvidará en cuanto nos escandalicemos con el siguiente. Y seguiremos atrapados por esa lógica hasta que no logremos construir nuestra propia agenda política, nuestra propia agenda de debate, que responda a nuestras propias necesidades y no dependa por completo de los hechos anecdóticos que nos presentan las grandes empresas de comunicación.

gibraltar

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